Los hilos del agua

No es ésta mi primera crisis –económica, se entiende; en los medios y en la calle hace meses, si no años ya, que no se habla de otra cosa–. Sin embargo, en los tiempos de la abundancia yo fui estudiante, con lo que tampoco me sobraba nunca dinero para gastos extraordinarios. Se sorprenderán ustedes al leer qué módicas cuantidades suponían un gasto extraordinario en mi economía equilibrista: un tambor de detergente con su correspondiente botella de suavizante; un juego de trapos de cocina; una alfombrita para el descansillo; dos cojines para el sofá. La cadena sueca aún no se había impuesto como reina del menaje, ni era tan completo como ahora el surtido de los «Todo a cien».

En esas estaba mientras, poco a poco, la cal fue obstruyendo los pequeños agujeritos de la alcachofa de la ducha. Por más que traté de ignorar el problema, llegó la previsible mañana en que apenas brotaban tres chorritos escuálidos de agua a una presión endemoniada. Decidí hacer una inversión: bajé a comprar un nuevo mango para la ducha. Para mi estupefacción y desconsuelo, aunque en la tienda disponían de una amplia selección, todos se vendían indefectiblemente acompañados del tubo flexible que los uniría al grifo. Este accesorio que no necesitaba –¡mi tubo flexible funcionaba a las mil maravillas!– encarecía considerablemente el conjunto. El dueño del establecimiento, un hombre mayor que no había erigido su negocio sobre la ruina de los pobres, advirtió mi aflicción y me ofreció un valioso consejo:

–Sencillamente, arregle la alcachofa que ya tiene, joven. Venga a comprar una cuando aquella se agriete, o se parta, o ya no le guste. Hasta entonces, tome una aguja mediana y horade, agujerito por agujerito, la capa de cal que los ciega. Quedará como nueva.

Le agradecí el truco –que iba en contra de sus propios intereses– y corrí a reparar el artefacto siguiendo sus instrucciones. En efecto, la aguja fue la herramienta más eficaz y simple.

Me he duchado mucho desde aquellos tiempos: en duchas con mangos de caudal regulable, de enorme diámetro, de acabado plateado o de transparente metacrilato… Pero volvió la crisis sin que la cal dejara, por ello, de hacer de las suyas. Así que, cuando ahora menguan los hilos del agua, recurro a la caja de costura y me siento, como entonces, al borde de la bañera a darle a la alcachofa unos pespuntes.

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