La ruta inédita que nos alejará de las lentejas
Los caminos que conducen al poder no son inextricables; sencillamente, están poco divulgados. No hablo de las sendas con señalización luminosa que conducen al vulgo hasta los pies de los poderosos, para que pueda inclinarse con una reverencial genuflexión ante los dueños de su destino. Éstas son más fáciles de encontrar que un GR y se fomentan los viajes organizados para grupos en ocasiones señaladas. Me refiero a las calles que recorre un hombre simple hasta acomodarse en un sillón de piel en el centro mismo de un despacho con amplios ventanales y plantas naturales que riega y cuida un asistente invisible; a las amplias avenidas o a las desiertas travesías –nunca las he visto– que llevan a hombres con ambición moderada y vocación de servicio –seamos piadosos, concedámosles el beneficio de la duda– hasta agendas repletas de compromisos sociales y de exhibiciones de vanidad, hasta cargos indecentemente bien remunerados que incluyen tarjeta de crédito, cochazo con chófer, ilimitados viajes en primerísima clase con todos los gastos pagados y un atractivo fondo de armario firmado por los principales diseñadores de su ámbito de gobierno.
Hay lugares a los que nadie va si no es acompañado. Lugares remotos de acceso intrincado. Lugares donde uno debe conocer cierta contraseña. Lugares que exigen que el recién llegado traiga avales y recomendaciones. Nos apasiona acceder a sitios así a través de las películas de espías, de gánsteres, de conspiraciones políticas. Quizá en la realidad no impere tal secretismo. Lo que nadie ignora es que existe un filtro perverso; un filtro de orificios deformes por el que pasa el candidato a poderoso –a una u otra escala– sin que importe su excelencia, su buena voluntad o su fidelidad insobornable a unos principios. Sin que importe siquiera su capacidad de escucha y su temple para establecer un diálogo fructífero –esenciales, en teoría, en democracia–. El tupido cedazo lo forman las manos entrelazadas de cuantos toman parte en el poder, una materia especialmente sensible que «al corazón del amigo, abre la muralla». De su amigo. De quien llegó hasta la puerta siguiendo sus indicaciones, repitió la contraseña que le susurraron al oído y le alargó al guardián feroz felicitaciones navideñas firmadas por Fulano o fotografías de cuando el aspirante a poderoso era niño en el yate de Mengano –siendo Fulano y Mengano miembros del grupo selecto que ya ejerce–. ¿Empezar desde abajo?
El pueblo podrá acceder al conocimiento justo, aquel que lo desasne sin poner en peligro la supervivencia del sistema que resguarda los derechos adquiridos de los privilegiados. El pueblo podrá acceder a las comodidades justas, aquellas que lo mantengan resignado y silencioso por miedo a que su situación empeore. El pueblo podrá acceder al poder justo, aquel que consiga ostentar en su casa y en su cuerpo –y aquí que instaure el régimen que prefiera– siempre que lo someta a los designios y al beneficio del poder mayor. El pueblo… ¿quién es? ¿Soy yo? ¿Lo es usted? Pueblo son los hombres y mujeres que ayer, 15-O, llenaron de nuevo plazas y paseos, y caminaron juntos haciéndose oír. También usted y yo. Somos pueblo porque a nosotros nadie nos da la mano y nos conduce a escondidas hasta la portezuela por donde se mete la cabeza en la burbuja del poder. Porque nadie lo va a hacer. Esa burbuja hermética nos aleja de quienes deciden por nosotros e impide que a ellos les lleguen nuestras voces. De inusitada resistencia, reforzada cautelosamente por sus ocupantes desde tiempos inmemoriales, la burbuja sólo puede reventarse desde dentro; de intentarlo desde fuera, el pueblo iba a salir más abollado y maltrecho que ella. Las fuerzas del orden garantizan, mediante la amenaza o la agresión, el resplandor de su superficie esférica e intacta.
Cuanto más se aproxime el 20-N, más se reforzará la rigurosa estructura interna de la burbuja, y más se endurecerá su defensa contra el exterior. Así que en las próximas elecciones generales esto serán lentejas. Escójalas a su gusto: con mucho chorizo para unos y caldosas para el resto o con arroz para que cundan más; con un suculento trozo de tocino –que se comerá el más gordito de todos– o con un pelado hueso de jamón que le dé gusto a toda la olla; con piedritas pintadas del color de las legumbres para que abulte más el plato –y que Santa Apolonia nos conserve las muelas– o limpias, aunque así queden menos. El menú está a la vista y usted sabe que no va a poder pasarse cuatro años sin comer, mal que le pese. Ordene un plato, siquiera el que le dé menos asco o uno que engorde poco, aunque sea un plato que no vaya a pedir nadie más. Si no lo hace, si se queda en su casa despotricando o entrega su salvación a los mejor alimentados, estará regalándoles el chorizo y el tocino a quienes le están negando el pan y la sal.
A largo plazo, queda una esperanza pequeña y loca. Tal vez los poderosos que vendrán no estén aún dentro de la burbuja impermeable. Tal vez, como el pueblo –también usted y yo–, ignoren todavía los poco divulgados caminos que llevan al poder. Tal vez del 15-M al 15-O hayan podido oír el clamor popular en mil ciudades y se hayan dado cuenta de que la propia burbuja, ilusión de seguridad de la clase dominante, acabará siendo la causa de su destrucción. Tampoco el rey escocés con las manos sucias de sangre creyó que el bosque de Birnam fuera a echar a andar. Si son sabios los poderosos venideros –quisiera yo soñar con un mundo sin jerarquías, pero nos separa un trecho demasiado largo para creerlo posible–, trazarán con sus pisadas inéditas rutas hacia el poder: caminos justos y universales, que no huelan a podrido ni le exijan al transeúnte el alma en prenda. Y los expondrán sin reservas a la mirada del pueblo, que ojalá entonces conserve aún los ojos –¡son hoy tantos lo cuervos que se afanan en sacárselos!–. Y cualquiera, sin que importe su origen, podrá con el debido aprendizaje y con las probadas aptitudes de gestión, decisión y compasión, optar a un puesto de gobierno como quien accede a un empleo exigente. El poder no será ya una bicoca, un potosí o un huertito particular. El pueblo futuro mirará atrás, hacia estos años nuestros, y le parecerán estrafalarios, sólo comparables a la Edad Media más grotesca. Tal es el atraso y la mala fe de los individuos que se blindan en nuestras instituciones.
Nota: El presentador del noticiario nocturno redujo las multitudinarias manifestaciones a resultado deportivo: «Pasemos al quince-cero», dijo. Otros, la mayoría, se han complacido en subrayar los aislados incidentes violentos. ¿Dónde estarán los confines de la desinformación?
Hay lugares a los que nadie va si no es acompañado. Lugares remotos de acceso intrincado. Lugares donde uno debe conocer cierta contraseña. Lugares que exigen que el recién llegado traiga avales y recomendaciones. Nos apasiona acceder a sitios así a través de las películas de espías, de gánsteres, de conspiraciones políticas. Quizá en la realidad no impere tal secretismo. Lo que nadie ignora es que existe un filtro perverso; un filtro de orificios deformes por el que pasa el candidato a poderoso –a una u otra escala– sin que importe su excelencia, su buena voluntad o su fidelidad insobornable a unos principios. Sin que importe siquiera su capacidad de escucha y su temple para establecer un diálogo fructífero –esenciales, en teoría, en democracia–. El tupido cedazo lo forman las manos entrelazadas de cuantos toman parte en el poder, una materia especialmente sensible que «al corazón del amigo, abre la muralla». De su amigo. De quien llegó hasta la puerta siguiendo sus indicaciones, repitió la contraseña que le susurraron al oído y le alargó al guardián feroz felicitaciones navideñas firmadas por Fulano o fotografías de cuando el aspirante a poderoso era niño en el yate de Mengano –siendo Fulano y Mengano miembros del grupo selecto que ya ejerce–. ¿Empezar desde abajo?
El pueblo podrá acceder al conocimiento justo, aquel que lo desasne sin poner en peligro la supervivencia del sistema que resguarda los derechos adquiridos de los privilegiados. El pueblo podrá acceder a las comodidades justas, aquellas que lo mantengan resignado y silencioso por miedo a que su situación empeore. El pueblo podrá acceder al poder justo, aquel que consiga ostentar en su casa y en su cuerpo –y aquí que instaure el régimen que prefiera– siempre que lo someta a los designios y al beneficio del poder mayor. El pueblo… ¿quién es? ¿Soy yo? ¿Lo es usted? Pueblo son los hombres y mujeres que ayer, 15-O, llenaron de nuevo plazas y paseos, y caminaron juntos haciéndose oír. También usted y yo. Somos pueblo porque a nosotros nadie nos da la mano y nos conduce a escondidas hasta la portezuela por donde se mete la cabeza en la burbuja del poder. Porque nadie lo va a hacer. Esa burbuja hermética nos aleja de quienes deciden por nosotros e impide que a ellos les lleguen nuestras voces. De inusitada resistencia, reforzada cautelosamente por sus ocupantes desde tiempos inmemoriales, la burbuja sólo puede reventarse desde dentro; de intentarlo desde fuera, el pueblo iba a salir más abollado y maltrecho que ella. Las fuerzas del orden garantizan, mediante la amenaza o la agresión, el resplandor de su superficie esférica e intacta.
Cuanto más se aproxime el 20-N, más se reforzará la rigurosa estructura interna de la burbuja, y más se endurecerá su defensa contra el exterior. Así que en las próximas elecciones generales esto serán lentejas. Escójalas a su gusto: con mucho chorizo para unos y caldosas para el resto o con arroz para que cundan más; con un suculento trozo de tocino –que se comerá el más gordito de todos– o con un pelado hueso de jamón que le dé gusto a toda la olla; con piedritas pintadas del color de las legumbres para que abulte más el plato –y que Santa Apolonia nos conserve las muelas– o limpias, aunque así queden menos. El menú está a la vista y usted sabe que no va a poder pasarse cuatro años sin comer, mal que le pese. Ordene un plato, siquiera el que le dé menos asco o uno que engorde poco, aunque sea un plato que no vaya a pedir nadie más. Si no lo hace, si se queda en su casa despotricando o entrega su salvación a los mejor alimentados, estará regalándoles el chorizo y el tocino a quienes le están negando el pan y la sal.
A largo plazo, queda una esperanza pequeña y loca. Tal vez los poderosos que vendrán no estén aún dentro de la burbuja impermeable. Tal vez, como el pueblo –también usted y yo–, ignoren todavía los poco divulgados caminos que llevan al poder. Tal vez del 15-M al 15-O hayan podido oír el clamor popular en mil ciudades y se hayan dado cuenta de que la propia burbuja, ilusión de seguridad de la clase dominante, acabará siendo la causa de su destrucción. Tampoco el rey escocés con las manos sucias de sangre creyó que el bosque de Birnam fuera a echar a andar. Si son sabios los poderosos venideros –quisiera yo soñar con un mundo sin jerarquías, pero nos separa un trecho demasiado largo para creerlo posible–, trazarán con sus pisadas inéditas rutas hacia el poder: caminos justos y universales, que no huelan a podrido ni le exijan al transeúnte el alma en prenda. Y los expondrán sin reservas a la mirada del pueblo, que ojalá entonces conserve aún los ojos –¡son hoy tantos lo cuervos que se afanan en sacárselos!–. Y cualquiera, sin que importe su origen, podrá con el debido aprendizaje y con las probadas aptitudes de gestión, decisión y compasión, optar a un puesto de gobierno como quien accede a un empleo exigente. El poder no será ya una bicoca, un potosí o un huertito particular. El pueblo futuro mirará atrás, hacia estos años nuestros, y le parecerán estrafalarios, sólo comparables a la Edad Media más grotesca. Tal es el atraso y la mala fe de los individuos que se blindan en nuestras instituciones.
Nota: El presentador del noticiario nocturno redujo las multitudinarias manifestaciones a resultado deportivo: «Pasemos al quince-cero», dijo. Otros, la mayoría, se han complacido en subrayar los aislados incidentes violentos. ¿Dónde estarán los confines de la desinformación?
M. Marilungo

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