Agua vinagrosa

La de limpiar cristales es una tarea ingrata. Basta con haber limpiado siquiera un tragaluz en la vida para darse cuenta que el proceso es demasiado laborioso si se compara con lo efímero del resultado. Hay quien asegura que limpiar los cristales constituye un modo infalible de provocar un aguacero, infinitamente más eficaz que cualquier ancestral danza de la lluvia. A fin de contrarrestar el disgusto que produce frotar y secar ventanales o puertas esmeriladas, sustancias y artilugios especializados inundan los supermercados: bayetas de fibra microperforada impregnadas de ceras hidrogenadas de calado vitral, abrillantadores corrosivos y a la vez ecológicos e hipoalergénicos con propiedades para repeler el polvo y multiplicar los reflejos irisados… Puros placebos: el agua y el trapo mondos y lirondos surten el mismo efecto si la mano es firme y briosa.

Es sábado. En La Vallesana, una pequeña tienda familiar de vinos y licores fundada hace más de cien años en la villa termal de Caldes de Montbui, estarán a esta hora –hacia la media mañana, antes de que el sol les dé de lleno– limpiando meticulosamente el escaparate. Siguiendo las instrucciones precisas que recibió al obtener el empleo, el dependiente delgado y servicial saldrá caminando a buen paso hasta la fuente de agua caliente de la plaza de la iglesia, a dos calles de allí. Llevará consigo un par de garrafas de cinco litros vacías y las llenará en un momento bajo el generoso caño que borbotea. Tal vez deba antes guardar cola tras una mujer en delantal que llena su descolorido barreño. Él se plantará luego, en menos de quince zancadas, de vuelta ante el escaparate. Depositará en el suelo las garrafas rebosantes. Sacará de la tienda trapos de bordes irregulares –restos de sábanas viejas–, un taburete que cojea con disimulo y una botella de vinagre. Verterá un chorretón en el cubo –¿se lo había dejado?; volverá dentro a buscarlo– y añadirá agua termal en abundancia. Después, pacientemente y recurriendo al taburete para alcanzar los rincones más altos, arrastrará la suciedad del cristal con uno de los trapos, empapado en el agua vinagrosa y escurrido, y secará la superficie con los demás –usará cada trapo hasta que esté demasiado húmedo; sólo entonces lo cambiará por otro–. Cuando acabe, el escaparate resplandecerá. Recogerá sus bártulos. Regresará al interior de la tienda. Un niño de tres años en los brazos de su madre distraída plantará su manita abierta, pringosa de piruleta y de saliva, en el centro mismo del cristal.

Comentarios

  1. ayer m pase todo el dia limpiando los cristales d mi casa..reduje el presupuesto esta vez, usando para el menester revistas publicitarias d los supermercados circundantes..el resultado no inmejorable....ahora a esperar las lluvias consecuentes, y benditas sean en nuestra isla volcánica d fuegos eternos

    ResponderEliminar
  2. ¡Cristales limpios que dejen ver el mundo!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Ganar

Los podadores insulsos

Sigue la pista de 'Las uñas negras'