La imagen residual

Viví de niña en una casa adosada de ladrillos rojos y balcón con desagüe. Allí aprendí a patinar, se me murió un conejito negro con los ojos inyectados en sangre y leí a escondidas las cartas de amor de mis padres.

La urbanización se conocía como “la coperativa” –lo decíamos así, con una sola “o”– y nuestra casa estaba en la tercera fase. Entre una y otra fase y alrededor de todas ellas se extendían imponentes descampados, campos de cultivo, tierras abandonadas y estériles que, irónicamente, eran de la Virgen… Los medía con mis modestas zancadas de niña y me parecían efectivamente infinitos.

Cuando, adulta, regreso a esos parajes, poblados hoy de casas en toda su extensión, comprendo lo cerca que estaba en realidad una fase de la otra, y todas ellas del pueblo, y lo pequeño que era el vecindario: calles Padilla, Bravo, Maldonado, Comuneros de Castilla, Villalar –me falta una, sé que me falta una–. Advierto también la ridícula distancia que separaba la casa de Sonia y el poste de la luz adonde me acompañaba y me río recordando las horas que nos costaba acabar de llegar, inmersas en nuestra charla infantil, sintiéndonos dueñas del tiempo y del futuro.

Las raras veces que me encuentro a Sonia ahora casi me extraña verla sin bicicleta. Y si paseo por las inmediaciones de “la coperativa” se vuelven transparentes las nuevas promociones, las aceras, las farolas, los coches y la gente. Donde ellos construyen su propio mapa vital, civilizado, yo sigo viendo descampados con terrones que se hunden al pisarlos, amapolas que bailan, trigo verde que llevarse a la boca y una balsa sucia en la que no había ranas.

Comentarios

  1. ubi sunt....... hay una cancion d silvio rodriguez para esta ocasion : a donde van'? ..espero q t guste :)

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