CATAPLUM

Mandó un paquete bomba
sin pensar –¡qué bobada!–
en los críos que, inconscientes,
blandirían sus revólveres
sin balas ni tambor
y poblarían las calles
por donde arrastraría
el cartero apurado
y ajeno a ideologías
un carrito amarillo,
repleto de paquetes,
en el que viajaría
su paquete explosivo.

Mandó un paquete bomba
que llegó CATAPLUM
satisfactoriamente a su destino.
Y él pensó: «Es de justicia,
mil razones me amparan».

Recibió años después
CATAPLUM un paquete
que pretendía quizá
vengar al muerto viejo;
se dijo: «¿Qué razones
ni qué ocho cuartos? No hay
razón cabal que asista
semejante
desperdicio».

Y la diñó, esparcido
en trocitos pequeños,
lentejuelas de sangre,
motas de vida ausente.

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