Tocan a muerto
Aquí aún tocan las campanas a muerto. Se oye cómo doblan cuando muere alguien. Es un toque pactado –un código inteligible con el que el pueblo se da por avisado– que alterna un sonido embarullado de badajos en tropel, ajenos a la afinación o al ritmo, con un solo pausado de campana mayor que marca con su tañido si era el muerto, mientras vivía, mujer u hombre.
Desde dentro de las casas el doble de campanas se escucha amortecido, así que enseguida asoman la cabeza a la ventana los vecinos, o salen al balcón, o corren a la calle, para oír con nitidez el aviso funesto.
Podría pensar uno que qué falta harán las campanas en el siglo XXI, habiendo teléfonos y redes sociales, pudiendo estar informado al minuto con sólo apuntarse al grupo de la funeraria, solicitar la newsletter del tanatorio o hacerse amigo del pregonero del pueblo, ése que cuelga en su muro las novedades locales casi antes de que ocurran. Podría pensarlo, pero no lo piensa.
Uno sabe bien que, aunque el sonido ancestral de las campanas cumpla funciones más informativas que piadosas, sirve a la vez como lamento colectivo. Que en el fondo del alma poco le importa a nadie quién sea el muerto. Que las campanas no tocan a muerto en memoria del que se fue, sino que celebran una vez más la culminación de la ceremonia universal de la muerte.
Como el paso de las estaciones, el curso de la vida es ineludible y efímero. Las campanas estaban aquí antes que nosotros y se quedarán aquí después, cantando entre tantas muertes la nuestra propia.
Desde dentro de las casas el doble de campanas se escucha amortecido, así que enseguida asoman la cabeza a la ventana los vecinos, o salen al balcón, o corren a la calle, para oír con nitidez el aviso funesto.
Podría pensar uno que qué falta harán las campanas en el siglo XXI, habiendo teléfonos y redes sociales, pudiendo estar informado al minuto con sólo apuntarse al grupo de la funeraria, solicitar la newsletter del tanatorio o hacerse amigo del pregonero del pueblo, ése que cuelga en su muro las novedades locales casi antes de que ocurran. Podría pensarlo, pero no lo piensa.
Uno sabe bien que, aunque el sonido ancestral de las campanas cumpla funciones más informativas que piadosas, sirve a la vez como lamento colectivo. Que en el fondo del alma poco le importa a nadie quién sea el muerto. Que las campanas no tocan a muerto en memoria del que se fue, sino que celebran una vez más la culminación de la ceremonia universal de la muerte.
Como el paso de las estaciones, el curso de la vida es ineludible y efímero. Las campanas estaban aquí antes que nosotros y se quedarán aquí después, cantando entre tantas muertes la nuestra propia.
Es una lastima que no tengas mas cosas publicadas, mucha gente se pierde lo precioso que escribes. Espero que mas pronto que tarde te conozca todo el mundo
ResponderEliminarGracias, Concha.
ResponderEliminarMientras voy publicando más cosas en papel, todo el mundo puede leer aquí, en "Las uñas negras", estos pequeños textos que son como un aperitivo o un picapica o un menú degustación o una tarde de tapeo con amigos.
Besos.
q sonido el d las campanas,casi ancestral..hace poco emitian en la radio una composicion sobre campanas basada en el relato de e.a. poe..habrá q leerlo ahora q tus aperitivos m han devuelto el apetito por la lectura :)
ResponderEliminar¡Madre mía, Elena, menudo honor me haces, telonera de Poe! ¡Que toquen las campanas a rebato!
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