Cualquiera tiene un buen día

Hará tres años, en el escenario del teatro municipal de Palau-solità i Plegamans, a pocas horas de su cumpleaños, Paco Ibáñez arremetía –con la autoridad incontestable del artista que acaba de elevar a su público al séptimo cielo– contra la pseudocultura proveniente de los EE. UU. y contra la propagación epidémica de todo lo yanqui. Francófilo declarado y amante de la palabra poética en todas las lenguas españolas –la castellana, la catalana, la euskera, la gallega–, es asimismo enemigo acérrimo del Gran Colono Anglosajón cuyos tentáculos se deslizan por toda oquedad sin vigilancia y envenenan nuestra belleza individual y nuestros tesoros ancestrales con el color familiar de la uniformidad mundial. En esa resistencia de Paco Ibáñez a norteamericanizarse enraíza uno de mis prejuicios confesables: mi prevención hacia lo made in USA.


Pero hará tres semanas me sorprendió un anuncio escueto en El País: podía obtener gratis una suscripción temporal al International Herald Tribune. Desde entonces, the global edition of The New York Times ha estado llegando a mi buzón –en papel, cuidadosamente plegada, bien sujeta por un apretado fajín– a través de un distribuidor de Alcobendas, y por ella he podido enterarme de algunas noticias que aquí no lo han sido; o despojar de la coletilla “somos españoles” otras historias que aquí la arrastraban irremisiblemente; e incluso apañármelas con un formato tan ajeno a nuestra prensa nacional: hojas más altas y estrechas, un orden diferente de los contenidos en cada página, etcétera. Y todo, claro, escrito en inglés, con sus expresiones intransferibles, con sus desconcertantes cambios de registro sin solución de continuidad. He viajado sin salir de casa, en el espacio y en el tiempo, recibiendo el periódico de dos días, sumándole en ocasiones, en una sola entrega, al último ejemplar otro atrasado. Feliz.

Y hará quince días, en el cine Verdi de Gràcia, vi en primera sesión la prodigiosa Midnight in Paris de Woody Allen. Por más que habitualmente lo cursi y lo prefabricado me provoquen urticaria, Allen consiguió, con su buen hacer cinematográfico, burlar mi reticencia y convertir en inolvidable aquella tarde. Disfruté boquiabierta de su música, de sus cautivadoras imágenes, de la delicada comicidad de sus interpretaciones, de su revisión humorística del extraordinario período literario que tuvo lugar en los años veinte en la ciudad de la luz, de su final redondo y coherente, etcétera. Doblemente feliz.

Apenas hará unas horas he cerrado presa de la inquietud el volumen Teatro de Don DeLillo. El maravilloso novelista no decepciona en absoluto con su teatro. Sus textos narrativos ya probaban con creces el uso exquisito que hace del lenguaje. Lo que aquí descubrimos es la sólida conciencia del autor de la particular naturaleza del texto dramático en lo que se refiere a: estructura, definición puramente oral o física de los personajes, organización y expresión del conflicto, progresión y resolución, representabilidad llevada al límite, etcétera. En inglés, su producción teatral ha sido publicada –de forma dispersa– y puesta en escena. En castellano, podían leerse hasta ahora El cuarto blanco y Valparaíso (El Milagro, 2007). De la mano de Seix Barral recuperamos ambas piezas, a las que se unen Sangre de amor engañado y los textos breves El arrebato del deportista en su asunción al cielo y El misterio en mitad de la vida ordinaria. Empapados de teatro del absurdo, de teatro filosófico, y modelados en frases afiladas y en verbos inesperados, los escritos de este libro están hechos de la misma materia prima, poderosa y avasalladora, que conforma su obra entera. Tras su lectura soy triplemente feliz.

Tres veces feliz, y aún reacia a desechar mi prejuicio –el que plantó Paco Ibáñez y que yo abono regularmente escuchando de su voz “La mala reputación”, “El cuento de la lechera”, “El lobito bueno”, “Coplas a la muerte de su padre”, y cantándolas con él–, reconozco que sí, que pasando por Alcobendas, París o Barcelona, los tres artífices de mi alegría provienen de EE. UU., que son decididamente Made in USA. Claudico por hoy y concluyo que cualquiera tiene un buen día.

Comentarios

  1. pepita,

    gracias por la entrada, bellamente desglosada, y por la degustación de de Lillo al hablarnos de su teatro.

    He compartido, saltando de párrafo en párrafo, su alegría y asombro. y le deseo que siga aún más feliz.

    ResponderEliminar
  2. Doña Peregrina:

    Gracias por su visita y por sus deseos de felicidad.

    Usted también contribuyó a mi alegría con su batido de kiwi a lo Humphrey Bogart. Me uno a su delirio y me declaro, yo también, adicta al género negro y soñar despierta.

    ResponderEliminar
  3. m has recordado dos cosas q m encantan,la peli dl carruaje magico q t llevaba a otras épocas y la canción q canta Ibáñez por Alberti..así es mi vidapiedra como tú.. ahora la estaré cantando todo el día ;)

    ResponderEliminar
  4. Tras leer tu comentario, he estado escuchando "Como tú" (Ibáñez/León Felipe), "Canción de jinete" (Ibáñez/Góngora)... ¡Ay, qué maravilla, la felicidad tan al alcance de la mano!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Ganar

Los podadores insulsos

Sigue la pista de 'Las uñas negras'