Lo ambiguo
Ve uno "Brigada criminal" (1950) y le embarga el desconcierto de asistir a la proyección de una destacable película española de cine negro y, a la vez, ser bombardeado por la más que innecesaria propaganda sobre el buen hacer de la policía de la época. A pesar del descorazonador retrato del dictador que preside el despacho del comisario y del narrador en off -sospechosamente semejante en maneras y opiniones al del nodo- cuyas intervenciones parecen parches, el film nos ofrece secuencias sorprendentes y muy bien rodadas de un atraco en el centro de Madrid, de tratos turbios entre malhechores en la Ciudad Universitaria o en la plaza de Oriente, de discusiones violentas en una serrería de Vallecas y de persecuciones trepidantes en el hospital en construcción, con las que compone el relato de la carambola de un policía novato que se infiltra en una peligrosa banda, salva a la chica y resuelve el caso. Acaba la película y, mientras el aguilucho de las Fuerzas de Seguridad funde en negro, se queda uno aturdido, incapaz de conjuntar lo cinematográfico con lo propagandístico; piensa, santa inocencia, que tal vez ese estridente barniz de complacencia política sea el peaje que pagó "Brigada criminal" para sortear la censura. Pero luego hace averiguaciones en la red sobre su director, Ignacio Ferrés Iquino, y se cae de la higuera: la realidad siempre es más pintoresca y cutre de lo que nos habíamos imaginado. Aunque la producción artística nunca es transparente, hay casos en que se pasa de ambigua.
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