El verdadero espectáculo
Forofos declarados y curiosos del fútbol se preparan expectantes para la prometedora final de copa de esta noche. Es una emoción expandida, ni pura ni simple, porque en ella reconocemos también el entusiasmo que excitan las vacaciones inminentes y el fervor religioso o cinematográfico que produce la Semana Santa. Carecen de simplicidad y pureza también las ancestrales e irracionales simpatía hacia un equipo e inquina hacia el otro –¡con lo fácil que sería que la admiración por un club proviniese sencillamente de sus virtudes deportivas!–. Además, la prensa se encarga de contaminar y revolver los ánimos de una audiencia siempre hambrienta dándole carnaza por carne nueva. Ante semejante panorama, cuesta imaginar que quede alguien en toda la tierra con un puro y simple interés en el juego.
Durante una semana, desde cada tribuna nos han alcanzado los gritos de los valedores de la mala leche, del “¡qué se han creído!”, de los 120 decibelios con que ahogar todo desacuerdo –cruzo los dedos para que la táctica no cuaje entre los políticos en campaña–, del pobrecito rey en peligro de extinción… Yo diría que sobra guarnición para la auténtica tajada y que, como no vayamos con cuidado con lo que nos tragamos, vamos a llegar ahítos al partido de fútbol, el verdadero espectáculo.
Durante una semana, desde cada tribuna nos han alcanzado los gritos de los valedores de la mala leche, del “¡qué se han creído!”, de los 120 decibelios con que ahogar todo desacuerdo –cruzo los dedos para que la táctica no cuaje entre los políticos en campaña–, del pobrecito rey en peligro de extinción… Yo diría que sobra guarnición para la auténtica tajada y que, como no vayamos con cuidado con lo que nos tragamos, vamos a llegar ahítos al partido de fútbol, el verdadero espectáculo.
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