Ensayo sobre teatro (IV): HIPÓTESIS
Coincido con David Mamet y su Manifiesto (Seix Barral, 2011) en algunas hipótesis sobre teatro. La principal: el teatro no requiere más que una historia que contar y alguien que la cuente, el resto son aliños. Una historia que mantenga al público ávido de ver y oír más y un intérprete que sepa transmitirla con sabiduría, aplomo y delicadeza. Aquí, la misión del director de teatro se simplifica: sólo debe acompañar a los actores en la construcción conjunta del espectáculo y asegurarse de que individualmente trascienden sus capacidades ya adquiridas, el terreno que les resulta familiar y trillado, para llegar juntos más allá de sí mismos.
Suscribo su teoría sobre cómo una lectura cabal del texto dramático no sólo es imprescindible para montar la obra, sino que a menudo es más que suficiente. Por lectura cabal entiendo una completa comprensión objetiva –argumental, estructural, de las palabras, de las relaciones, del contexto– y una resonancia subjetiva del texto en cada uno de los miembros del equipo que amplíe el horizonte poético del espectáculo sin menoscabar el sentido evidente, palpable, inicial, ni dinamitar la labor común.
Pero, para nuestra vergüenza, debemos admitir que mucha gente de teatro lee más bien poco. Hay honrosas excepciones, y celebro conocer a una técnico, una taquillera y un camarero –no todos del mismo teatro– que devoran lecturas complejas en sus ratos muertos; no obstante, he visto a muchos directores y autores vivos pasear con un libro bajo el brazo, o tomar carajillo y fumar tabaco negro con un libro descansando sobre la mesa, pero raramente los he sorprendido leyéndolos; y son una raquítica minoría los actores que conozco que lean habitual y rigurosamente.
Decían las abuelas «No leas tanto, que se te harán los sesos agua» y algo así deben temer los hombres y mujeres de teatro: que la lectura los paralice, que los aturda, que los incapacite para el trabajo teatral. Que la dinámica de grupo, la disponibilidad, la agilidad o la capacidad de decisión se vayan a resentir con el ejercicio de la lectura parece tan improbable como que sucumbamos a la licuación cerebral vaticinada por nuestros mayores. Una parte decisiva de la labor teatral pasa por leer.
Cuando el profesional renuncia a su propia lectura del texto –objetiva y subjetiva, con plena conciencia de qué parte es cada cuál– abona el terreno de la lectura unívoca y fantasiosa de quienquiera que sí tome las riendas del montaje. Se escuchan entonces aseveraciones del tipo «Lo que el autor quiere decir en este pasaje es que…», o bien «Este personaje encarna la idea de…», o bien «La obra es una metáfora de…», seguidas de la ristra de obsesiones habituales de quien sea que hable, los mismos intereses recurrentes que ya habrá manifestado y reflejado en todos sus espectáculos. Abdicar de nuestro ejercicio intelectual comporta someternos devotamente al intelecto o al delirio ajenos.
En un proceso de creación dramática, el compromiso en la construcción de la obra debe ser compartido por todos, enriqueciendo el conjunto cada quien desde su propio ámbito a lo largo de la escritura, los ensayos, las funciones… Durante un período relativamente breve –si lo situamos en el contexto real de cada una de las vidas enteras de quienes toman parte– un grupo de personas consagra sus fuerzas, su saber y su tiempo a llevar a buen puerto un proyecto dramático.
El acuerdo no especifica que el director deba hacerse cargo íntegramente de la labor intelectual, ni que de los actores se espere que sirvan como en el ejército. Virtudes tan básicas del intérprete como son la escucha, la disponibilidad y la flexibilidad constituyen un extraordinario punto de partida, no para perderse en volteretas a ritmo de batuta ni para organizar asambleas psicodramáticas de terapia encubierta, sino para explorar y desarrollar la forma justa de ensamblar, desenvolver y destapar imprevisiblemente la caja de sorpresas que autor, actores, director, escenógrafos, figurinistas, músicos, maquinistas, jefes de sala, etcétera, preparan para el público.
Pepa, muchas gracias por tus lúcidas reflexiones teatrales.
ResponderEliminarPensar no está de moda y, desgraciadamente, en el teatro en particular y en la cultura en general, eso -la moda- parece ser lo más importante.
Un abrazo dramático.
Gracias a ti, Harry: por leerme, por darme la réplica y hasta por discrepar. Bien acompañado se piensa mejor que solo. ¡Y al carajo la moda!
ResponderEliminarUn abrazo tragicómico.