"Este país está desmantelado"
Foto: Familia Almuna Ovadilla
Reconozcámoslo:
Pepa mira a su alrededor con mala leche. Será que la barba –como la sordera– lo
aísla a uno del mundo y lo vuelve distante, receloso. Por eso, cuando sale de
casa de buena mañana dispuesta a cumplir con sus deberes de persona física en
la correspondiente sede de la administración pública, Pepa ya va barruntando lo
peor. Y lo peor se manifiesta, puntual y sin recato.
Llueve
a mares: éste va a ser el único inconveniente verdaderamente inevitable,
irremediable e incontestable con el que tope hoy nuestra barbuda. En lo
sucesivo, los desaires, desastres y descalabros provendrán de lugares e
individuos concretos e identificables:
1. El
funcionario 6 de la oficina de la Agencia Tributaria se muestra displicente y apresurado, así
que despacha la gestión con desagrado y tosquedad. Cuando concluye, lanza los
papelotes de Pepa encima del mostrador y reemprende su interrumpida
conversación con el funcionario 5. "Disculpe, es que también vengo a..."
"Eso, en el 3", se desentiende de ella sin rebozo.
2.
Inopinadamente, la sala de espera está casi vacía. Aun así, los turnos avanzan
con pausa exasperante. Un ciudadano irrumpe y manifiesta con grandes
aspavientos la urgencia de su trámite. Toma un papelito y le muestra a todo el
mundo su CA-34 que parece no ir a llegar nunca. Comparte su sufrimiento con el
vigilante, que ejerce a la vez de guarda jurado y de anfitrión, y que viste de
naranja en un estudiado alarde de simpatía. A Pepa difícilmente le va a caer bien
alguien que, mientras sonríe, tamborilea una porra. El ciudadano CA-34 prosigue
entonando su lamento enérgicamente, y el vigilante y él ya se tratan de tú. En
cambio, el ciudadano CA-33 calla y acepta resignado que los minutos se le
consuman de diez en diez. El ciudadano CA-32 se despide de la funcionaria 4.
Está a punto de aparecer en la pantalla la llamada para el hombre paciente. Y
he aquí que el vigilante se aproxima a la empleada, le dirige un comentario
cómplice y se vuelve hacia CA-34: "Acérquese, caballero". Las
protestas de CA-33 son ignoradas con condescendencia por el Agente Naranjito,
que se las da de magnánimo. Sin embargo, cuando mucho después CA-33 consigue resolver lo que
sea que le ha traído hasta aquí y que aquí lo ha retenido a pesar del agravio,
cuando abandona la oficina serio y educado, el vigilante le dirige primero una
sonrisa cínica y le clava luego una mirada de odio en la nuca mientras se
aleja.
3.
Entretanto, Pepa juguetea nerviosamente con su billetito BB-14. Durante más de
media hora, en esa sala extrañamente desierta, la pantalla exhibe un BB-13
inamovible. El mostrador 3, donde –si hemos de creer al funcionario 6– debería
ser atendida su petición, está vacío. El ciudadano BB-16 suspira hondamente: “Este
país está desmantelado. El menor de los asuntos conlleva esperar sentado. Y eso
si al final se arregla”.
4. De
pronto, la funcionaria 4 pulsa el botoncito que convoca a BB-14. Pepa, tras sus
tres cuartos de hora de espera incomprensible, dista mucho de saltar de
alegría. La mujer es atenta y eficiente. Habla con acento gallego y desarrolla
su trabajo con destreza. Se ve que tiene práctica. Debe de ser la única. Junto
a ella, los funcionarios 5, 6 y 7 contemplan imperturbables a Pepa y se rascan la barriga.
Llevan ociosos lo suficiente para haber agotado ya toda conversación.
5. Una
joven entra cuando Pepa sale. “¿Dónde está el mostrador de información?” “A
ver, ¿a qué ha venido?”, le espeta Orange Guard por toda respuesta. “Necesito
hacer una consulta.” “¿Consultas? No,
no: aquí Censos, Certificados, Notificaciones…
pero nada de Consultas.” “Es que me
han embargado la cuenta.” “¿Lo ve? Pues Embargos.
Coja su tique en la máquina.” Las pocas personas, físicas o jurídicas –ya saben
ustedes cómo cuesta distinguir a las unas de las otras a simple vista–, que todavía
se apostan en las sillas azules con los ojos puestos en la pantalla parpadeante
como quien espera el santo advenimiento, oyen claramente la palabra “embargo” y
sienten en sus propias caras el rubor de la joven. “Sí, sí, Embargos en el primer piso” le indica el
vigilante a voz en cuello.
No se
acaban aquí los despropósitos (quien dice Agencia Tributaria, dice Tesorería General de la
Seguridad Social o dice oficina bancaria): se acaba el relato. Porque esto no
es una vomitona, sino una lamentable constatación. Hay trámites obligatorios
que son arduos y desesperantes. Hay antipatía y negligencia y abuso. Hay un
apego irrenunciable hacia la comodidad propia y una ignorancia deliberada de la
posición y de la necesidad del otro. Hay dolor innecesario. ¿Es todo fruto de
los recortes salariales y de los despidos en el sector público? ¿O siempre ha
sido así? En efecto, este país empieza a parecer desmantelado. Pero no sólo en
lo logístico, sino en lo humano.
Tres
ResponderEliminarpelos
tiene
mi
barba.
Uno para hacienda.
Otro para la seguridad social.
Y con el último... ¡me llaman barbudo!
Si
ResponderEliminarno
tuviera
tres
pelos...
¡me
llamarían
pelón!
Besos pilosos, Harry.