Trastorno de acumulación patrimonial



El Manual diagnóstico y estadístico de los estados mentales de la American Psychiatric Association, más conocido por las siglas DSM-5, es la biblia vigente en materia psiquiátrica. Identifica y clasifica de manera útil para los profesionales gran cantidad de los trastornos conocidos. Incluso hay quien le reprocha que, quizá por un exceso de celo, eleva a patología comportamientos habituales y en general inocuos.

A mí me pirran los sistemas de clasificación, más aún cuando organizan conceptos abstractos que se deducen de la observación de la conducta o el lenguaje de los seres humanos. ¡Donde esté una buena ristra de términos filosóficos, antropológicos o sociolingüísticos que se quiten los parques de atracciones! La existencia misma de un DSM me entusiasma, aunque carezca yo de los conocimientos médicos necesarios para evaluar su grado de precisión.

Revoloteando por las ramas y subramas en que estructura el manual las afecciones, me poso en una expresión evocadora: "Trastorno de acumulación". Y ahí me siento, a pensar un rato. 

Pienso que nos costaría poco reconocer que el amontonamiento irracional de objetos es patológico, siempre que nos refiramos a otro y consideremos inútiles sus pertenencias. El famoso síndrome de Diógenes, vamos. 

Pienso que nos resultaría algo más difícil aceptar que nuestro ritmo de adquisición de bienes tangibles y nuestra tenacidad en conservarlos aunque ya no sirvan o reemplazarlos durante su vida útil excede los límites de la salud. El consumismo como enfermedad. 

Y pienso en el atesoramiento de capital y patrimonio como el trastorno de acumulación máximo, tan pernicioso para el enfermo como peligroso para la sociedad. ¿Nadie diagnostica a esos pobres terratenientes, propietarios, inversores, explotadores y avaros? ¿Nadie los trata a fin de prevenir su propio deterioro cognitivo y emocional, su decadencia humana? ¿Nadie los inhabilita para impedir que afecten significativa y negativamente las vidas de quienes tropiezan con ellos? Anteponer sin la menor vacilación el beneficio material privado a la honestidad, la dignidad, la justicia social y la naturaleza, ¿no son síntomas suficientes y alarmantes de psicopatía o paranoia?

Nos han inoculado la idea de que la riqueza financiera, el lujo y la magnificencia son aspiraciones legítimas, derechos naturales, que debemos perseguir a cualquier precio. Renunciando a nuestra humanidad. Perjudicando a otros. Y nos reímos o nos escandalizamos cuando los chavales sueñan con fabricar criptomonedas en el comedor de casa o con triunfar como influencers expertos en naderías, pero seguimos rindiendo pleitesía al dueño de tres, diez o cien pisos que infla los alquileres mientras neglige el mantenimiento, o al empresario que presume de responsabilidad social corporativa a la vez que reduce la calidad de la materia prima para aumentar el margen de beneficio y exige de tapado que trabajen los empleados en ERTE. ¿Qué distingue a un anciano rodeado de trastos de un rácano evasor que guarda en casa, en bolsas, los fajos de billetes?

Ojalá el DSM-6 incluya y desarrolle este trastorno generalizado que ata a los enfermos a su dinero, a sus propiedades y a la morbosa compulsión de acrecentarlos. Por su propio bien y por el nuestro.


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