Ese arduo cometido tan simple
Vivimos instalados en la paradoja como en una calle estrecha de doble sentido. Ya se sabe: lo barato sale caro, tan lejos, tan cerca y quien bien te quiere te hará llorar.
No es
de extrañar, por tanto, que haya quien se gane el pan, la hipoteca y hasta las
vacaciones en un destino exótico diciendo "no" cuarenta horas semanales. Son los
selectores, decisores que afirman que se les ha asignado la tarea de cribar lo que
les parezca grano y separarlo de lo que les parezca paja. Mas no se les exige que
sean expertos: bastará con que entre las infinitas variedades de grano reconozcan, pongamos,
el alpiste. Y cuanto no sea alpiste, será forzosamente paja. No les den una
espiga, pues –pobrecitos– no sabrían qué hacer con ella. ¿Un melón? Paja. ¿Un
carro de tres ejes? Paja. ¿La Divina
comedia? Paja, paja y paja. El mundo se les aparece como un asedio de pacas
de paja que deben rechazar. No y no y no y nada más que no.
Se especializan en forjar excusas que armen su no, que lo bañen en un metal
irrefutable, que lo blinden. ¡Pero la gente sigue empeñándose en hacer pasar por
grano la cebada, la avena, el centeno y el mijo! Poco a poco –por puro agotamiento,
por desesperación– los selectores se ven obligados a azuzar el ingenio y así conciben
argumentos insospechados, incoherentes, impronunciables, infantiles. ¡Y ahí
sí que dan con un filón! Un adulto que asevera con convicción razones
inopinadas y alquímicas que certifican que el trigo no es grano resulta
irrebatible –aunque no sea más que por la vergüenza ajena que despierta–.
Así continuarán
ganándose sus vacaciones y su hipoteca, cumpliendo cabalmente ese ingrato cometido de aduaneros
que le cierran el paso a lo que ellos ignoran cómo clasificar. Continuarán ganándose su
pan, pero –¿de qué, si no?– será de alpiste.
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