Fisiología de la creación

Cierra el hombre los ojos
y al punto se le abre
una reveladora
visión de su interior:
un vasto espacio, hueco
como la áspera cáscara
de nuez del universo,
insondable e hipnótico
como el mar en su furia
nocturna, resonante
como el aullido extinto
del hombre en las cavernas.
A imagen y semblanza
de ese vacío intrínseco
que lo aturde y fascina
crea el hombre escenarios
desiertos; crea páginas
en blanco; crea arpas
y flautas y tambores
que destina al silencio.

Mas recuerda, turbado,
que su vacío platónico
es engaño; que laten
en su seno la carne
y la sangre y la bilis,
que chirrían los huesos,
que vísceras y humores
se contraen y deslizan.
Abre entonces los ojos
con voluntad exaltada,
y en sí mismo se enfrentan
anhelo de vacío
y plenitud obligada.
Habita, cuerpo vivo,
las tablas de un teatro;
pare, palabra viva,
apuntes y bosquejos,
embriones de tinta
en papeles literarios;
tañe, sonido vivo,
el arpa antes callada,
alienta flauta dulce,
golpea el parche recio
con furia entusiasta.

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