Adiós, Valle de Lágrimas

El verano trae consigo una euforia de latón, un fingido entusiasmo por el viaje obligatorio. Nos asalta el deseo –que es deber engorroso– de salir de nosotros mismos a través del desplazamiento geográfico. Y allá que nos lanzamos, buscador de destinos turísticos en ristre, a planificar una ruta moderadamente estimulante, fotogénica, que goce de buena prensa, que esté concurrida aunque no saturada, que no canse demasiado y que valga más de lo que cuesta. Un viaje satisfactorio. ¡A ver si hay suerte! 

Desengañémonos, no hay suerte suficiente, ni en este mundo ni en la suma de todos los demás, para que consigamos algo que ya de entrada es imposible: la satisfacción de nuestra insatisfacción por medios externos y convencionales. ¿De veras cree usted aún en la inenarrable felicidad de las vacaciones? ¿Y se basa en su propia experiencia de años anteriores o en lo que le han contado sobre el amigo de un amigo? ¿Todavía contrapone su extremo sufrimiento cotidiano a la promesa del paraíso estival? ¡Ay!

Habrá oído usted hablar del Valle de Lágrimas. ¿Cómo? ¿Que le suena a patraña de viejas? ¿A paraje ruinoso y desdeñable? Eso dicen todos, sin acertar a comprender que el único sentido de tanto manoteo furioso, de tanto denodado esfuerzo vano, es escapar del Valle. Que el Valle de Lágrimas es el paisaje habitual inconsciente de quienes se pasan el año gimoteando –pobre de mí, qué vida ésta, a ver si llegan de una vez las vacaciones y me resarcen de tanto sacrificio–. 

¿Es su caso? Pues ándese con ojo. Como una adherencia recóndita, el Valle lo va a acompañar adondequiera que huya. Se aclimata a las temperaturas más extremas, resiste bien las multitudes y los ajetreos, le pirran los inconvenientes, las emergencias, los dramas. ¡Visite las antípodas, suba a la Luna, descienda a la Atlántida! Si no se aplica, todo lo hará sin salir de este valle de humedades y golpes en el pecho.

Las verdaderas vacaciones, el descanso auténtico, consisten en desembarazarse de esta cotidiana queja, de la pena automática, del sentirse perjudicado por la vida, del hacer alarde explícito o dignísimo de los incontables sufrimientos que uno soporta. Y para liberarse de tan mala hierba no hace falta visitar Tegucigalpa ni esperar a agosto.


Comentarios

  1. ¡Bien hallada, Pepa!

    Un Valle de Lágrimas es para sus lectores la travesía del desierto que supone vivir sin sus textos y reflexiones. Por favor, ¡no nos abandone! Su barba tiene más seguidores de lo que cree.

    Abrazos.

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  2. Gracias por esperarme, señor Godot.
    Contrita, hago propósito de atusarme la barba más a menudo para quienes, al igual que usted, disfrutan leyendo cómo les gruño a los convencionalismos y le canto a la vida.
    Más abrazos.

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  3. Gruña, gruña... y cante a pulmón! Y no deje de atusarse barbas, cerebro, corazón.

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  4. Muchas gracias por su entusiasta verso anónimo.
    Un abrazo gruñón.

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