La caducidad de la barbarie

Desde una perspectiva optimista, el decurso de la historia prueba que la barbarie caduca. Que no hay comportamiento cruel, irracional o terrible que no toque a su fin siglos mediante. Que aunque la humanidad se aferre a sus costumbres ancestrales y sangrientas, siempre habrá individuos determinados a cuestionarlas, a oponerse a ellas, a trabajar en pos de su extinción.

Desde una perspectiva pesimista, el decurso de la historia prueba que la barbarie encuentra modos de perpetuarse cambiando de disfraz, de métodos, de objeto. Así que a cada tradición bárbara que se agota la sustituye otra incipiente moda bárbara que incluso goza de buen predicamento. De nuevo harán falta individuos escépticos y combativos que, ayudados por el imparable paso de las décadas, consigan derrocarla. Parece el cuento de nunca acabar.

Desde una perspectiva objetiva, conviene erradicar la barbarie existente aun a sabiendas de la dificultad de prevenir el brote de la barbarie futura. ¿No fregamos los platos a pesar de que vayan a ensuciarse otra vez en la próxima comida?

A menudo, para no remangarnos, apelamos a la barbarie remota y por ello fuera de nuestro alcance. Es un recurso tramposo. También vivimos como bárbaros aquí mismo y ahora: desbrocemos el primitivismo cotidiano, nuestro particular tribalismo consentido.

Donde yo vivo, la barbarie se manifiesta en las aceras tomadas por los coches, esto es: en la preponderancia de la máquina por encima de las personas, en la imposibilidad de desplazarse a pie sin considerable peligro, en los conflictos constantes entre los caminantes y los enconados defensores del "YO planto MI coche donde QUIERO", en un ataque incesante a la convivencia. Por más inamovible que parezca hoy esta práctica, por cansado que resulte empujar la montaña de la inercia, no bajemos la voz contra la barbarie motorizada. Llegará el día en que caduque y se descarte como un sinsentido del pasado.



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